En La noche de la esvástica, Katherine Burdekin nos transporta a un mundo postapocalíptico donde el nazismo ha triunfado y se ha convertido en el sistema político dominante. El mundo ha quedado dividido en dos imperios en un conflicto estático, a pesar de las similitudes entre ambos: el Imperio Alemán y el Imperio Japonés. Dentro del imperio Alemán, el hitlerianismo se ha convertido en la religión oficial y la sociedad se organiza en una jerarquía en cuya cima está el Führer, y, por debajo de él, los Caballeros, los nazis, los pueblos conquistados y, finalmente, las mujeres. La historia sigue a Alfred, un inglés de peregrinación por los lugares sagrados del nazismo en Alemania, quien se reencuentra con Hermann, un joven nazi que trabaja en la granja del Caballero Von Hess, el aristócrata local. Hermann es un nazi devoto, un buen alemán que menosprecia a las mujeres y no cuestiona el orden de las cosas. Sin embargo, sus convicciones se resquebrajan cuando Alfred le confiesa que pretende destruir el Imperio Alemán.
A través de los ojos del protagonista descubrimos un mundo donde la historia se ha falsificado y la identidad se reduce a la pertenencia a un grupo étnico. El libro es una crítica feroz a la intolerancia y la ceguera ideológica que han llevado a la supremacía nazi en esta realidad alternativa. Además, Burdekin explora temas profundos, como la construcción de la identidad, la memoria histórica y la resistencia frente a la tiranía, así como el indisoluble vínculo entre el machismo y la ultraderecha. Esta obra, escrita en el año 1937 bajo seudónimo, ha servido de inspiración para otras distopías más conocidas, como 1984 de George Orwell o El cuento de la criada, de Margaret Atwood. Más de 80 años después de su publicación, La noche de la esvástica sigue teniendo una gran relevancia hoy en día, recordándonos que la lección del pasado es vital para comprender el presente e imaginar un futuro más justo y tolerante.
Martí Segura